jueves, 21 de enero de 2010

Voy a confesar algo: cuando era más chica me gustaba cerrar los ojos contra alguna luz y apretarme un poquito los párpados; entonces empezaba a ver formas y colores que nunca había visto de este lado del mundo. Violetas, amarillos, rojos. Manchas que de pronto tomaban formas cada vez más definidas, y después se agrupaban en una especie de mosaicos y se movían al compás. ¡Siempre se movían al compás! Era un placer inimaginable. Podía pasar horas con este juego. Me masajeaba los ojos a través de la piel y las formas cambiaban de posición y tamaño, y otra vez a bailar. Placer visual. [¿Visual, con los ojos cerrados?] El horario preferencial para hacerlo era cuando abría los ojos por la mañana, antes de ponerme en marcha de este lado del mundo.

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