viernes, 7 de octubre de 2011

Es una sensación muy extraña. ¿Por qué será que hay tanta diferencia entre ver a uno de nuestros ídolos a través de la pantalla o en vivo y en directo?
No sé, pero juro que la sensación de éxtasis que me envolvía cada vez que pegaba un saltito y veía a Serj cantando, pequeña y enorme figurita, es incomparable e inigualable. Estaban ahí, ahí, ahí. Ni por la tele, ni por la compu, ni por la radio. Ahí loco, nada los separaba a ellos de mis retinas.
Y lo mismo me pasó hace poco más de dos semanas -dios, qué buenas épocas estas- con mi amado, admirado, querido, respetado, etc, Galeano. Lo vi, ¡no sólo lo vi! Lo toqué, toqué su espalda, su hombro, su brazo, le dije "gracias" o creo habérselo dicho, porque la emoción me tapaba la voz; al menos lo pensé. Gracias, Eduardo Galeano, tendrías que ser mi abuelo.
Esos instantes de gloria en que uno se desconcierta por tener al lado - o cerca - a un gigante, nosotros que somos seres pequeños pero al lado de ellos nos volvemos minúsculos, nosotros que los escuchamos, los leemos, los amamos y soñamos con ellos.
Y cuando los tenemos al lado sólo atinamos a decir: ¡gracias!

1 comentario: